Llega El monstruo pentápodo

8 Feb

Hoy le quito las capas de polvo a este blog porque tengo una buena noticia. Una excelente noticia, de hecho. Tras dos años de la edición de Pandora (Tusquets Editores, 2015), con una protagonista mórbidamente obesa que es uno de los vértices de un triángulo amoroso, mi nueva novela, El monstruo pentápodo (Tusquets Editores, 2017) sale por fin a la luz. Estoy muy emocionada; estoy feliz.

Así como mi novelita breve Residuos de espanto (Ficticia, 2013) toma nombre de una línea de Los pasos perdidos del gran Carpentier, El monstruo pentápodo fue bautizado también a partir de un fragmento de Lolita, de Nabokov.

De mi novela puedo decir que es un relato mucho más oscuro. Una historia con un tema muy fuerte. Del momento en mi vida en que llega opino que es una forma maravillosa de celebrar mis 43 años de vida y los 2 años de mi primera novela. Espero que todos mis lectores anteriores disfruten (o se estrujen) también con El monstruo pentápodo y si es así, lo recomienden a otros.

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El monstruo pentápodo

Un relato que no se toca el corazón para llevar al lector frente a la bestia con piel de ángel que se esconde a plena luz del día.

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Pandora es una novela inquietante, demoledora: derrumba página tras página nuestras certezas sobre las relaciones hombre-mujer. Con ella, Liliana Blum se revela como una narradora cruelmente excepcional.
– Eduardo Antonio Parra

Reseña de Hotel de arraigo.

27 Oct

Hace poco publiqué esta misma reseña en la revista Literal : Latin American Voices. Realmente sólo reseño libros que me encantan. Al poco me enteré que la novela de Imanol había ganado el premio Fuentes Mares 2015 para obra publicada. Me estoy volviendo pitonisa o tengo muy buen ojo. En todo caso, les comparto esta reseña con todo gusto.

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Hay libros que uno se obliga a terminar por estoicismo, compromiso o presión del mismo autor, y hay también libros que fluyen y, cuando uno menos se lo espera, uno llega a su final, sin haberlos podido soltar ni un momento. Hotel de arraigo (Suma de Letras, 2015), de Imanol Caneyada, cae en la segunda categoría. Tal vez soy una anticuada, pero cuando leo una novela me gusta encontrar una historia interesante, un conflicto, y personajes tridimensionales, cada uno con su propia agenda, con sus virtudes y sus defectos. Me gusta vivir la tensión y pasar cada página con el hambre de saber qué más pasará. Lamentablemente, no todas las novelas caen en esta categoría y con frecuencia uno se topa con 400 páginas de descripción, divagaciones, elucubraciones sesudas, y una historia plana, sin conflicto, que no va a ninguna parte. Desde luego, jamás reseñaría una novela así.
Para mi fortuna, Hotel de arraigo contiene todos los elementos por los cuales me acerqué a la literatura en un primer lugar. No sólo es la historia ágil, la trama perfectamente estructurada y existe un conflicto claro que lo tiene a uno al borde de la silla: la prosa es bella, hasta poética a veces, aunque sea para describir una escena atroz; los personajes son complejos, redondos, humanos; y el autor un experto en administrar la información para tener al lector como a un galgo que persigue la liebre. No sólo eso, sino que Imanol Caneyada consigue hacer una cruda crítica social del México actual, y hacernos reflexionar, con pesimismo, en mi caso, sobre la situación actual del país y los seres humanos que somos cómplices en ella.

La novela plantea la “colisión” de dos familias que por azares del destino y los modos corruptos de algunos de sus integrantes, terminan encontrándose. Por un lado tenemos a Arnulfo Lizárraga, un agente antisecuestros en declive con una familia clasemediera y aspiracional, que termina siendo degradado a cuidar un hotel de arraigo y ya no puede dedicarse a secuestrar. Carmen, su esposa, está acostumbrada a un nivel de vida que su marido no podría pagar si no fuera por sus actividades extracurriculares. Verónica, la hija con síndrome de Tourette, estudia en la universidad y parece ser el único personaje que no vive una doble vida en su familia. Por otra parte está Gabriel García, un junior déspota acostumbrado a salirse con la suya. Hijo de tigre pintito, sacó un poco de su padre, Heriberto García, empresario corrupto y sin escrúpulos, y de Ana Luisa, su madre devota que llena sus horas haciendo caridad porque es lo que se espera de las señoras copetona como ella. Violencia, corrupción, mentiras, y oportunidades de redimirse que nunca se toman. No daré  más detalles de la trama: sólo diré que es una novela que no hay que perderse.

Imanol_Caneyada-51No dejen de leer Hotel de arraigo: es entretenida, ágil, literaria, bellamente escrita, con personajes tridimensionales y una trama que obliga a terminar el libro en una sentada: difícilmente uno se topa estas características en un mismo libro. Por si fuera poco, tuve la oportunidad de conocer personalmente al autor: Imanol es un hombre sencillo, simpático e inteligente. Escribió esta novela genial y hasta guapo es. ¿Necesito decir más?

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Entrevista para Blog Indieo

29 Ene

Entrevista para Blog Indieo

Originaria de Durango, Liliana V. Blum (1974), además de ser una ávida lectora, es una hábil cuentista. Ha sido antologada en varios libros de cuentos, entre ellos Atrapadas en la madre (2007) y Usted está aquí (2007). Asimismo, es autora del libro Vidas de catálogo (2007), El libro perdido de Heinrich Böll (2008), La maldición de Eva (2002) y, el más reciente, Yo sé cuándo expira la leche (2011). También estudió literatura comparada en la Universidad de Kansas.

Leamos lo que nos cuenta sobre sus manías de lectura.

 

Una reseña sobre mi novela Residuos de espanto

20 Ene

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Una escritura productiva, por Ricardo Esquer

Con Residuos de espanto (Ficticia, 2013), Liliana V. Blum (Durango, 1974) obtuvo una mención honorífica en el Premio Nacional de Novela Breve “Amado Nervo”, convocado por la Universidad Autónoma de Nayarit, y la publicación de la obra. Así, el libro, originalmente titulado Dios los hace, se convirtió en el séptimo título individual de una carrera literaria que empezó en 2002, con La maldición de Eva. Además de mantener una producción constante, la autora ha cosechado reconocimientos y premios como el Concurso Internacional de Narrativa en 2007 convocado por el Centro Israelí para las Comunidades Iberoamericanas, el Premio Nacional de cuento Beatriz Espejo en 2006, el concurso de la revista Literal: Latin American Voices en 2013 con el cuentario No me pases de largo.
Se trata por tanto de una autora con un prestigio creciente, sustentado en un trabajo serio, hecho con talento y madurez. La seriedad de esta escritura se refiere al compromiso que vincula a la autora con hechos históricos concretos y la lleva a tomar partido por las víctimas de las injusticias. Residuos de espanto no significa sólo otra novela sobre el Holocausto, sino una escritura que participa en la aventura de la construcción de la identidad femenina, registra la violencia ejercida sobre la abuela de Abigaíl, personaje narrador, y al final se permite una esperanza.
Desde el principio Abigaíl se define en relación con su abuela: “Soy la nieta de una sobreviviente. No hay referente mayor en mi vida.” Ella conoce a un hombre que también sobrevivió al exterminio el día que interna a su abuela, después de encontrarla inconsciente pero aún viva. El deseo de hablar con alguien la mueve a caminar por un pasillo del hospital y en ese recorrido le llama la atención el nombre de Jósef Pasternak en la puerta de una habitación, pues también ella tiene un apellido extranjero. Se acerca al viejo y durante varios días escucha sus historias, contadas con la intención de que a su vez se las cuente a su abuela. Pero Déborah muere sin haber despertado. Y Abigaíl entrelaza las historias de un hombre y una mujer que nunca se conocieron pero compartieron un dolor causado por las mayores pérdidas y el de haber sobrevivido al infierno, pues hay cosas peores que la muerte.
Abigaíl se sabe “protegida por un nuevo contexto histórico” y, por tanto, ajena a “esa trinidad tan íntima y terrible que forman el verdugo, la víctima y el testigo”. Pero también sabe que escapar de la maquinaria que acabó atrozmente con seis millones de vidas es peor que morir. La motivación del personaje narrador, alter ego de Liliana V. Blum, se relaciona con el deseo de arrebatarles a los nazis la victoria final sobre quienes salieron vivos de los campos. Logra esto acompañándolos en sus últimos momentos; así, el lector participa en una maniobra en la que la salida del mundo equivale a dejar por fin la prisión cuyas sombras siempre estuvieron presentes, de manera residual.
Puede presumirse la intención de que las palabras –escritas, se entiende–, tengan una utilidad más allá de nombrar el mundo. Esas palabras que “a veces (…) lo son todo, determinan cosas, deciden el rumbo de una vida y, en cambio, en otras ocasiones no son absolutamente nada”. La escritura constituye también la posibilidad que Abigaíl encuentra para inventarse reconstruyendo las historias de dos supervivientes de una época lejana en el tiempo pero íntimamente unida a la narradora. “Soy el libro de la abuela”, declara, identificándose con una escritura que al parecer la niega, pues solamente transmite lo que ella escucha, aunque en realidad cumple una función muy importante, porque gracias a sus palabras el lector puede participar en la liberación de su abuela y, a través de ella, de Jósef y de todos los supervivientes de este oscuro episodio de la historia de nuestra especie, que bien podría llamarse de la deshumanización reciente.
De acuerdo con las necesidades del relato, la narradora hilvana sus historias avanzando y retrocediendo en el tiempo, tal vez en busca de una libertad negada por la linealidad de una temporalidad degradante. Elaborado desde esa perspectiva, el tejido resultante muestra cómo en la íntima trabazón de miseria y esperanza, la segunda termina por imponerse, como débil señal de que a pesar de todo el espíritu permanece indestructible, encontrando maneras de superar el caos, expresándose, por ejemplo.
Esta breve e intensa novela expresa precisamente las luchas de un espíritu que termina por imponerse sobre lo que lo niega. Igual que Déborah es liberada por la negación de Abigaíl convertida en escritura, la nieta rompe el silencio asumido al narrar la historia de otros, la cual deviene su propia historia. Así, se trata de una escritura que produce una identidad.

Viaje a Israel – parte 5 LA RELIGIÓN LO ENVENENA TODO

23 Ene

“To terrify children with the image of hell, to consider women an inferior creation—is that good for the world?” 
― Christopher Hitchens

Ya sé que prometí hablar de mi viaje en este blog. Pero Israel no es solamente la tierra, los edificios, los paisajes. También es su gente. Invariablemente, siempre que iba en tren, en bus, en auto, o caminando, vi mucha gente. Gente de todos tipos, como he referido hasta ahora: rusos, etíopes, sudaneses, filipinas, árabes, judíos que parecen árabes, judíos que no. Vi gente vestida de distintas formas. Desde luego, lo que más me llamó la atención, desde el aeropuerto y durante migración, eran los judíos ortodoxos, con sus vestimentas, sus esposas, y sus múltiples hijos. Inevitablemente tengo que hablar de la religión, pues es algo muy importante en este país. El Estado es religioso: Benito Juárez hubiera cometido un harakiri de haber visto cómo se hacen las cosas en Israel. Mientras estuve en allí, me enteré de cosas de los religiosos, que me dejaron en un estado entre anonadada y aterrada. Opino con el difunto Hitchens (que ya debe de ser composta) que a pesar de que algunos insisten en que la religión, con todo y sus defectos, al menos tiene la virtud de instaurar en la gente cierta moralidad, en realidad, en todas las religiones hay evidencia palpable de que lo contrario es verdad: es un hecho que la religión hace que la gente sea más egoísta, más perniciosa, y tal vez, lo peor, más estúpida. Para muestra, hay millones de botones. En este caso, en Israel hay una interesante mercería con distintos botones. 

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Las mujeres, seres inferiores y sucios, no tienen los mismos derechos

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Transporte público segregante

Los Haredim (judíos ortodoxos), como hombres de otras religiones, ven a las mujeres como seres inferiores. Con una escalofriante similitud a las tendencias fundamentalistas dentro del Islam (con su ley Sharia que les permite apedrear a una mujer adúltera hasta matarla o a un padre o hermano asesinar a su propia hija o hermana si fue violada, para reparar el honor de la  familia), los Haredim han adoptado una versión del judaísmo que requiere una estricta separación entre hombres y mujeres. Por ejemplo, en Jerusalem existe transporte público que segrega a las mujeres: pasan por barrios Haredi. En estos autobuses, los hombres se sientan al frente y las mujeres en la parte trasera (Rosa Parks, anyone?), a pesar de que hay letreros en los que se les indica a los pasajeros que pueden sentarse donde gusten. Cuando los ultra ortodoxos se suben a otros transportes que no segregan, prefieren ir de pie antes que sentarse al lado de una mujer. ¿La razón? Las mujeres son impuras, incitan los malos pensamientos, propician el pecado y el alejamiento de los caminos de dios. Existen letreros en ciertos barrios de ultraortodoxos que les prohiben a las mujeres caminar por ciertas banquetas, para que no vayan a rozar sus cuerpos con los de los hombres al cruzarse en su camino. 

Lo terrible es que aún va más allá. Está el caso de Nili Phillip, una mujer que iba en su bicicleta por un suburbio de Jerusalén. Alguien le lanzó una roca que golpeó su casco. Lamentablemente, ésa no fue su única experiencia con los misóginos Haredim: unos años antes, ella iba corriendo por una calle que bordeaba uno de esos barrios de ultra-ortodoxos. Los hombres le gritaron shikseh, el término derogatorio para una mujer gentil (no judía) y prutzah (puta), además de escupirle al pasar. Y  eso que ella es una mujer religiosa, que iba con la cabeza cubierta, y una falda abajo de la rodilla. Porque hay un código de vestimenta, que involucra esconder el cabello de las mujeres casadas, usar una falta que esconda los tobillos, y una blusa que tape los brazos y los huesos del esternón. La ropa debe ser holgada, nada transparente o reveladora, y siempre de color negro. Incluso las carreolas que usan las mujeres Haredim para sus bebés, son de color negro. En realidad, estas mujeres no se ven distintas a las monjas católicas, las monjas cristianas ortodoxas, y las mujeres musulmanas. La religión homogeiniza el yugo de los hombres sobre las mujeres, y todo con auspicio divino.Grupos ultra ortodoxos en Jerusalén han lanzado un edicto religioso en el que se exige a las mujeres a que cubran sus cuerpos y su cabello para poder estar limpias de pecado.   

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La moda para las mujeres bajo la bota divina (y masculina)

 Hay algunas cosas que son aberrantes, paradójicas, o simplemente estúpidas. Como por ejemplo la rama de los Haredim que está en contra del Estado de Israel. No sólo apoyan la creación del estado palestino y a la organización de liberación de Palestina, sino que algunos de ellos incluso financian al grupo terrorista Hamas, y apoyan abiertamente al presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, que niega el holocausto y ha expresado en medios internacionales su posición de desear la obliteración de Israel y todos los judíos.Yo no digo que todos los israelíes y todos los judíos tengan que apoyar las acciones de su gobierno; al contrario, me agrada ver que hay voces disidentes y mucho. Pero lo aberrante de estos ortodoxos es que ellos mismos viven parasíticamente del Estado y el hecho de que, la filosofía de Hamas y Ahmadinejad es básicamente la misma que tenía Hitler: están por la aniquilación de todos los judíos, no sólo por la no existencia de Israel, o por la repartición de la tierra de una manera justa para ambas facciones. Irónico que estos hombres barbados y vestidos de negro desearan eliminar su misma fuente de manutención e instaurar el poder a un grupo de fanáticos que desean matarlos. Bueno, ése es el «razonamiento» de algunos religiosos. 

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Miembros del grupo Haredi Naturei Karta

Aunque hoy en día parezca difícil creerlo, en realidad los primeros sionistas eran anti-religiosos, si acaso porque muchos rabinos ortodoxos eran anti-sionistas. Pero David Ben-Gurion subsidió a varios cientos de estudiantes Yeshiva para que pudiera utilizar todo su tiempo estudiando la Torah en lugar de trabajar o de ingresar al ejército. Ahora estos parásitos, como les parecen a muchos israelíes, no trabajan en absoluto y viven del erario. Wunderbar!!

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Chicos Haredim (judíos ortodoxos). Algunos muy parecidos por tanto «interbreeding».

Los religiosos no sólo son parásitos, se reproducen como conejos (es normal para una mujer Haredim tener unos 8 hijos) y eluden la obligación del ejército, cuando el resto de los ciudadanos están obligados a hacer el servicio militar, hombres y mujeres por igual. Como sucede con todas las religiones existentes, no se contentan con vivir sus fantasías y desvariaciones en lo privado: intentan controlar el comportamiento de los demás, como ya se vio en su relación con las mujeres. 

¿No trabajan, no hacen el ejército, segregan a las mujeres y las tratan como máquinas impuras de tener hijos? No sólo eso. También son racistas. Hay grupos de judíos Ashkenazim que se oponen a que sus hijos compartan el mismo salón con los niños Sefaradim, porque son una mala influencia y los contaminan. Así que le exigen al ministerio de educación que segregue la educación para que los dos grupos de judíos no se mezclen. ¿Así o más racistas?

¿Cómo se puede justificar la idea de que una minoría no-judía (como lo son los palestinos) tiene que ser restringida para que Israel pueda seguir siendo un estado judío (una idea en sí discutible y deleznable, para mi opinión), y al mismo tiempo defender el pluralismo racial y religioso, cuando los judíos ultra-ortodoxos insisten en que la «pureza» de sus hijos se verá mancillada si se les obliga a compartir el salón de clases con los judíos sefarditas? Es simplemente asqueroso. 

Y esto no es para que mis lectores antisemitas, nazi-afines, y ciegamente pro-palestinos agarren vuelo (me refiero a los que defienden la causa con el mismo fanatismo con que cualquier estúpido puede meter a millones de personas en un mismo estereotipo y desearles la muerte sólo por pertenecer a tal o cual grupo). Podría discurrir sobre las atrocidades de la iglesia católica a lo largo de su historia, pasando por las Cruzadas y la Santa Inquisición, y terminando por el encubrimiento de Juan Pablo II de cientos de curas pederastas. Que no se pierda mi punto. La religión envenena todo lo que toca y está diseñada para que un puñado de privilegiados controlen a las masas y se enriquezcan de su trabajo, sin mover ellos un dedo. Causalmente, en todas las religiones, siempre resultan ser hombres los que conforman esa clica nefasta. Recomiendo leer el libro de Christopher Hitchens: God is not great: how religion poisons everything, y siempre ver con desconfianza a quien asegura tener la verdad, y la superioridad moral de decirle a otros cómo debe vivir. Amén.

 

Viaje a Israel – parte 4 LOS KIBBUTZIM

21 Ene
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Vista del Kibbutz Bror Hayil

Durante mi estancia en Israel, mi casa fue la casa de mis amigos, en el kibbutz Bror Hayil, ubicado en el campo, más o menos entre las ciudades de Sderot y de Ashkelon. Allí viven poco menos de 500 personas. Como todos los kibbutzim, cultivan tierras que pertenecen al kibbutz, o bien, las rentan. Además de lo agrícola, este kibbutz tiene una fábrica de pizzas congeladas y una de software agrícola. En el kibbutz hay de todo: guarderías para bebés, estancias para que los niños que llegan de la escuela en los buses estén cuidados mientras los padres llegan a recogerlos, hogar para ancianos, supercito, biblioteca, parque para niños, wifi, talleres de pintura y artes, alberca olímpica, sinagoga, gasolinería, clínica, y en algunos kibbutz, un comedor comunal con comida muy barata y abundante para los foráneos, y gratis para los habitantes del kibbutz.

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Vista del parquecito y la sinagoga al fondo, en Bror Hayil

Ya los kibbutzim no son lo que eran antes. El primero fue fundado en 1909. Esencialmente se trataba de una comunidad colectiva basada en la agricultura. Eran comunidades utópicas: una combinación de socialismo y sionismo. También eran seculares, algunos totalmente ateístas: trataban de ser como monasterios, pero sin dios. Aunque la mayoría de los kibbutzim desdeñaban el judaísmo ortodoxo, de todas maneras querían que sus comunidades tuvieran características judías. Aún se celebran ciertas festividades colectivamente. 

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Tierras del kibbutz

Ahora, el sembrar las tierras no lo es todo: los kibbutzim se han diversificado a plantas industriales y empresas de alta tecnología. Además, se han privatizado (ahora las personas pueden ser dueñas de su casa, por ejemplo) y se han hecho cambios en el estilo de vida comunal. Uno de los grandes cambios es que ahora hay diferentes salarios: antes, cada miembro recibía un cierto presupuesto de acuerdo a sus necesidades, sin importar el trabajo que tenía. Todo era asignado por igual. Por ejemplo, cada niño del kibbutz recibía unas sandalias en verano y unas botas en invierno, y no podía poseer más que eso. Las casas más grandes, de familias con niños pequeños, tenían que ser desocupadas cuando los hijos crecían, para ser usadas por nuevas generaciones. Los padres con hijos grandes pasaban a vivir a pequeñas casas, y los jóvenes al llegar a los 18, recibían un minúsculo cuartito con baño, pero independiente, mientras trabajaban para el kibbutz. 

Aunque del kibbutz a la carretera, donde hay una parada de autobuses que van a Tel Aviv, Ashkelon o Jerusalén, hay más o menos un kilométro o más, es común que la gente de allí mismo adelante a los que caminan a la parada, o hacia el kibbutz mismo. Todo mundo se conoce y es un sitio muy seguro para que los niños jueguen, anden en bicicleta, o caminen de la parada del bus hasta sus casas. Un lindo lugar para vivir. Una forma distinta de vivir mi estancia en Israel.

Viaje a Israel – parte 3 SDEROT

19 Ene
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Rotonda en Sderot, con un «shofar».

Sderot es una pequeña ciudad al sur de Israel. Se fundó como un campo de tránsito para judíos kurdos y persas emigrantes que huyeron de países musulmanes. Años después llegó una gran ola migrante de Marruecos, así como de Kurdistán y Rumania. Finalmente, en los noventas, Sderot absorbió a muchos emigrantes (unos 200,000) de la Unión de Repúblicas Soviéticas que venían huyendo de la crisis económica rusa, de la Perestroika y el glasnot de Gorbachev, y del antesemitismo explícito, que amenazaba convertirse en nuevos pogroms.

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Viviendas de rusos, en Sderot.

Sderot no tiene la belleza o la majestuosidad de Jerusalén, ni la cosmpolitez (valga la palabra) de Tel Aviv, ni el encanto maravilloso de Haifa y su puerto, ni el cuidado floral y la limpieza de Ashkelon. Hay un aire si no de pobreza, sí de desgalichamiento, de años malcuidados, de inquilinos que no invertirán en la casa rentada por no ser propia. Un aire de no pertenecer, o de estar de paso. Cuando uno camina por Sderot, es como estar en otra parte. O en muchas partes a la vez. Las rusas ancianas, con la cabeza cubierta, los cuerpos robustos, vestidos largos de campesinas, cargando sus mandados en bolsas. Las rusas jóvenes, en licras, minifaldas, chamarras de piel sintética, blusas de imitación leopardo. Los marroquíes vestidos a su usanza, algunos con túnicas. Las tiendas son también reflejo de quienes viven allí: mercerías, tiendas de chácharas, de cosas chinas, loterías, panaderías, carnicerías donde hay peces vivos para matar al momento, tiendas con ropas anacrónicas. 

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Uno de los muchísimos refugios en Sderot.

Pero lo que más llama la atención de Sderot son sus numerosos refugios antimisiles. La ciudad está a más o menos un kilómetro de Gaza. Sderot es famoso en las noticias porque es allí donde caen la mayoría de los misiles Qassam disparados desde Gaza. En todas las paradas de autobuses, en los parques, en los centros comerciales, en las esquinas, cada treinta o cuarenta metros, hay refugios. Las nuevas viviendas son construidas con cuartos-refugio; las viejas viviendas tienen adicionado un refugio. La idea es que cuando se escucha una sirena de alerta, «código rojo», la gente tiene unos 20 segundos para encontrar un refugio antes de que caigan los misiles. 

Cuando yo fui, afortunadamente, no tuve que correr a ningún refugio a esconderme. Comí humus en un lugar muy peculiar: un humus delicioso, además de falafel, y café turco al terminar. Buenísimo. También fui a la cineteca a ver Frankenweenie, en inglés, subtitulada al hebreo. Otro día fui a Sapir College a acompañar a mi amiga a dar su clase de español. Sderot.

Viaje a Israel – parte 2

18 Ene
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Una ciudad beduina, rumbo al sur, antes de llegar a Arad.

Odio los rollos, pero siempre termino echándome unos largos. Pero en verdad es justo y necesario, como dicen en misa. Uno va a Israel cargado con maleta, pero también con ciertas ideas, algunas correctas, pero muchas infundandas: uno va esencialmente con las imágenes que los medios nos proporcionan, siempre cargadas de subjetividad y una cierta agenda, uno va con los prejuicios inculcados y jamás cuestionados, pues se toman como verdades ya que fueron aprendidos desde una tierna edad, uno va con las cosas que escucha por allí. Yo he escuchado los peores comentarios antisemitas de gente que desconoce todo totalmente de los judíos, fuera del «hecho» de que fueron ellos quienes mataron a Cristo, sin ponerse a pensar que en ese momento, el pueblo judío estaba bajo la sandalia romana. Pero en fin.

Muy pocas personas saben que en lo religioso, hay tres tipos de judíos (y sus subsecuentes sub-ramas dentro de las mismas): los Reformistas, los Ortodoxos y los Conservadores. También está el judaísmo karaite y el reconstruccionista. Existe incluso dentro de los ortodoxos, una secta anti-sionista que apoya a los grupos terroristas como Hamas, pues según la Tora, no puede existir un estado de Israel hasta el retorno del Mesías. Es difícil meterlos a todos en una sola bolsa. Están los que convivían armoniosamente con los palestinos, y trabajaban hombro a hombro en los mismos lugares. Existen los chicos judíos que aman a chicas palestinas, existen amigos. 

Por otra parte, en cuanto a lo racial, uno cree que los judíos se dividen solamente entre los sefaradim, o sefardíes o sefarditas (los descendientes de los judíos hispano-portugueses) y los ashkenazim (el nombre aplicado a las juderías de Alemania, Francia, Bohemia, Polonia y Rusia). Pero también están los judíos de Etiopía, «los judíos olvidados», todos de raza negra. En Israel se encuentran todos ellos.

Pero también están los beduinos, los árabes nómadas del desierto, que si bien son musulmanes, no son palestinos. Ellos tienen varias ciudades y poblaciones múltiples a lo largo de Israel. También existen los árabes-israelíes, y aunque la mayoría profesa la religión musulmana, otros practican la cristiana y otros la drusa. Muchos viven en Jerusalén del Este y en los Altos del Golán. Y por supuesto están los árabes que quedaron dentro de lo que era el Mandato Británico de Palestina, en Gaza. 

También viven en Israel cientos de miles de filipinas que han venido en un programa legal para cuidar a ancianos israelíes, y miles de sudaneses ilegales que están en la mismísima situación que los migrantes mexicanos en EU: entran ilegalmente, el gobierno medio cierra un ojo, a veces hace redadas para mantener feliz a su público, pero en general los permiten estar porque se necesita su mano de obra. Mientras tanto, no se les da un status legal de ciudadanía, no se les da ninguna prestación de trabajo, y se les paga muy poco.

En realidad Israel es un crisol de razas, religiones, de culturas, de idiomas, de vestimentas, de gente fanática, de gente progresista, de gente genial, de gente estúpida, como en cualquier parte. Israel es desierto, pero también es campos enormes y fecundos, verdes, tierras trabajadas comunalmente. Israel es montañas, es foresta, es playa. Israel es lugares sagrados que invariablemente atrae fanáticos de toda fe, como los focos a las palomillas nocturnas. Es muy fácil llegar a este país con los prejuicios listos, con millones de personas metidas en un mismo saco sólo por historias fantásticas de la Biblia contadas por los sacerdotes de nuestra niñez, o por las noticias tendenciosas que omiten cosas y trasmiten otras para lograr sus propios propósitos. Pero basta poner un pie allá para darse cuenta que las cosas no son tan sencillas. 

Viaje a Israel – parte 1

18 Ene
Mar Muerto

Tentaleando al mar Muerto, nomás, que sólo los rusos se osan meter en pleno invierno.

Ya lo decían la Tigresa de Oriente, Wendy Sulca y el Delfín sin Fin: «Israel, Israel, qué bonito es Israel». Yo, que soy una timorata y que carezco totalmente de un sentido de ubicación, que me pierdo hasta cuando saco a pasear a mi perra por el pueblo, decidí ir a Israel a finales de este año. La muerte de personas cercanas, el secuestro de alguien en la familia, el súbito cambio de domicilio por las mismas razones, arrancándonos de raíz de pronto, me tenían reflexionando en lo efímero e incierto de la vida. Las cosas que uno quiere hacer hay que hacerlas ya, en cuanto se tenga la oportunidad. Yo había estado en Israel en 2008, casi de entrada por salida, por un concurso literario en el que resulté ganadora. En aquella ocasión fui al Muro de los Lamentos y como es la usanza, metí entre las grietas del mismo un papelito con un deseo: volver a Israel. Y funcionó. Con mis ahorros y con paciencia, encontré una tarifa buenísima (con hartas escalas y horas de espera) y me lancé para allá. Llegué a casa de una amiga a quien había conocido virtualmente desde hace años (ella leía mi blog, yo el suyo) y en 2008 nos conocimos en aquel primer viaje a Israel. Así que en este viaje no sólo conocí Israel por encimita, sino que pude explorar por mi cuenta, pude convivir con la familia de mi amiga, vivir el día a día en un kibbutz, pude ir a acompañada a conocer lugares muy interesantes, con los comentarios de mis amigos, que pudieron mostrarme un Israel que ningún tour contratado podría jamás.

El viaje me dejó cambiada. Vi y aprendí cosas que cambiaron mi posición en torno a Israel, pero afirmé otras. Me di cuenta de cómo los medios sólo muestran lo que quieren mostrar, según sus propósitos. Concluí que ese problema no se resolverá jamás mientras haya gente religiosa y fanática de ambos lados, que aquí nadie es inocente, y es imposible negociar con intolerantes fanáticos, y en ambos lados los hay. Ellos se llevan las notas y dejan en la oscuridad a la gente que se estima, que puede convivir una con otra, y establecer relaciones de afecto, amor, comerciales, de beneficio mutuo. Me maravillé por tantas cosas, desde las antiguas como por las eficaces tecnologías. También aprecié mucho la latinoamericanidad dulce y solícita, que es difícil de ver por allá. Extrañé a mi familia cantidad, pero sobre todo a mis hijos. Pretendo en este blog compartir algunas de las cosas que vi, que aprendí, los lugares a los que fui y algunas peripecias que me tocaron mientras estuve allá. Iré numerando por partes.

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Usos y costumbres

9 Jun

He visto mucha actitud bíblica recientemente. Me refiero a eso de desgarrarse las vestiduras y lanzar la primera piedra con gusto, con la mano embadurnada de corrección moral. Ya se sabe que uno se desgarra las vestiduras ante algo doloroso, injusto, indignante, y que uno lanza la primera piedra sólo cuando se está libre de culpa. Mucha gente, justificadamente, ha criticado con fuerza el incidente del infame joven panista, Juan Pablo Castro, que en el parlamento de la juventud organizado por la ALDF llamara “jotos” a los homosexuales y criticara la iniciativa de ley que desde hace dos años permite el matrimonio entre personas del mismo sexo en el DF. Por eso hablo de rasgarse las vestiduras: los reclamos se han dejado escuchar en los medios masivos, así como en las redes sociales y en las pláticas de oficina. Me uno a la indignación: es una vergüenza que este chiquillo pretenda imponer su moral personal y prejuicios al resto del país.

No olvidemos tampoco al gobernador panista de Jalisco, Emilio González, con su “asquito” a los homosexuales, al cultísimo Esteban Arce que comparó la homosexualidad con la “demencia animal”, o al ocurrente Hugo Valdemar, vocero de la Arquidiócesis de México, que aseguró que los matrimonios gays dañaban más que el narco. Todas esas afirmaciones son terribles, dan vergüenza, provocan coraje y expresan harta ignorancia y odio de parte de quienes los profirieron.

Pero no oigo a quienes despepitan en contra del joven Castro decir nada sobre el hecho en que el diputado del PANAL, Héctor Alonso Granados llamara “señorita” y “homosexual discriminado” a un trabajador del Congreso del Estado de Puebla. ¿Eso no estuvo tan mal? Tampoco escucho a los mismos que vociferan contra el niño homofóbico decir ni pío sobre la postulación que hará el Movimiento Progresista al senado de Nuevo León, de Malaquías Aguirre López, cuyas expresiones homofóbicas le valieron el año pasado una reconvención por parte del Conapred, luego de que calificara como “maricones” a los diputados que se abstuvieron de emitir su voto durante una discusión hacendaria. ¿Eso no es homofóbico?

A pesar de nuestras posturas ideológicas, las que sean, en México, como sociedad, todos cojeamos de la misma pata, nos guste aceptarlo o no. Me incluyo en este plural de la primera persona, porque no soy de las que tira la piedra y esconde la mano. Hay personas abiertamente homofóbicas, y otras, por “usos y costumbres”. Quizás no del tipo que cometería un crimen de odio y que quiere negarle a este grupo de personas sus derechos humanos, pero sí del tipo que propicia, propaga y promueve, sin que sea su intención, la homofobia como un estándard de nuestra sociedad.

Por supuesto que al leer esto, muchos levantarán la ceja con indignación y dirán: No, yo no soy homofóbico. Yo estoy a favor del matrimonio gay. Mis mejores amigos son gays. Pero seamos honestos, lector. ¿Ha contado o reído ante una broma sobre judíos, mujeres, homosexuales, negros, gringos, indígenas, personas con discapacidad mental? Después de todo, es sólo una broma, ¿no? A ver, sinceramente: ¿No alardean los hombres constantemente de no ser homosexuales, desmentir lo que hiciera falta para que nadie pudiera pensar lo contrario? Hombres, ¿no han  llamado “de broma” a un amigo con alguna de las tantísimas palabras que tiene nuestra lengua para referirse de forma florida a los homosexuales, jugando, retándolo a hacer algo, tal vez? ¿No ha usado como insulto, como sinónimo de cobarde, esas mismas palabras?

El lenguaje es el único medio que tenemos para saber lo que otros piensan y expresar lo que pensamos. Cuando manejamos un lenguaje homofóbico, cuando entramos en esa dinámica que sugiere que ser homosexual es negativo, un ser inferior o abominable: de allí que pueda funcionar como insulto llamarle a otro hombre así, cuando no cuestionamos el lenguaje; al contrario, cuando lo usamos sin más y lo aceptamos, cuando lo propiciamos y lo trasmitimos a las nuevas generaciones, somos cómplices. En otras palabras, podremos estar totalmente a favor del matrimonio gay y sin embargo, podemos contribuir a la discriminación contra los homosexuales al fomentar el lenguaje que los violenta, usando sin cuestionar toda la serie de palabras peyorativas contra los homosexuales, haciendo y riendo con los chistes o insultando a otros. Podemos escudarnos en “es sólo un dicho”, o “así se dice, pero yo no tengo nada en contra de los homosexuales”. Pero no desestimemos nunca el poder de las palabras, pues las palabras son ideas, son pensamientos, y las acciones derivan de lo anterior.

Decían las abuelas: entre broma y broma, la verdad se asoma. Freud estaría de acuerdo con la abuela. Para Michael Billig, profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Loughborough, el humor funciona como un muro de contención; esto es, el humor tiene su propia estética, moralidad y política. Por eso nos reímos de ciertas cosas o bien, no nos parece correcto burlarnos de otras. El humor, pues, refleja las políticas de una sociedad. Al mismo tiempo, el humor crea lazos, pero también brechas: nos reímos con los que consideramos nuestros iguales (bajo el parámetro que sea), y nos reímos de los que son distintos a nosotros: sea la familia política, los niños del sexo opuesto, los del equipo de futbol contrario, o los que practican una sexualidad distinta a la propia.

El peligro de la risa en las bromas racistas u homofóbicas promueve el antagonismo y la distancia entre quien odia y el sujeto odiado. De acuerdo con Freud, hay un conflicto fundamental entre lo que demanda de nosotros la vida social y las urgencias del instinto. La sociedad exige que lo sexual y lo agresivo sean suprimidos: en otras palabras, nuestro entorno social nos obliga a ser políticamente correctos ante los amigos, los parientes, los compañeros de trabajo, los correligionarios, etc. Pero, dice Freud, lo reprimido se termina disfrazando para así poder salir a la luz. Las bromas, al igual que los sueños y los “deslices de la lengua”, son todos deseos reprimidos. Por eso, cuando reímos de algo, a veces ni siquiera podemos explicar por qué lo hacemos. Freud decía que el auto-engaño subyace a nuestro disfrute del humor: nos gusta pensar que nuestro humor es moral al igual que nosotros mismos; nos gusta pensar que estamos inocentemente disfrutando de un chiste gracioso, pues después de todo, es “sólo una broma”. Sin embargo, la carcajada socarrona tiene un sonido agresivo que permite un placer momentáneo derivado de algo cruel. No es tan inocente.

Tal cual, las bromas tendenciosas nunca son “solamente una broma”. El ridiculizar a una minoría en un chiste (sean los homoseuxales, las mujeres, los judíos, los indígenas, los obesos, etc.) tiene el rol de mantener un orden. Nadie quiere estar del lado de los ridiculizados, de los burlados. Así, el que rompe los códigos sociales (y en una sociedad como la nuestra, la norma es ser heterosexual) se expone al ridículo. De allí que el temor a ser ridiculizado y objeto de burla ayude a mantener el orden actual de las cosas. Por eso, para Freud, el humor, lejos de ser un acto rebelde, juega una función muy conservadora en la sociedad. Nos reímos de los otros para que no nos confundan con ellos, para dejar claro que entre ellos y nosotros hay una gran diferencia, que no somos iguales.

Podemos estar o no de acuerda con esta visión freudiana de las bromas. Podemos admitir o no el ser partícipes de bromas que hacen mofa de ciertas minorías, como la homosexual. Podemos o no reconocer que hemos usado el lenguaje homofóbico, de juego o como insulto. Podemos decir que estamos tan imbuidos en la cultura y el lenguaje que no lo notamos, pero que nuestra intención es buena. Lo cierto es que la sociedad la conformamos todos y la homofobia se aprende, no sólo de las sotanas y los púlpitos, sino desde casa, desde los medios, desde los amigos y la gente cercana. Las ideas se transmiten a través del lenguaje. Las ideas se mimetizan. Dice la controversial Camille Paglia que el cambio social no es revolucionario, sino evolucionario. Los cambios sociales profundos toman tiempo, pues la cultura sólo puede cambiar poco a poco. Evolucionemos para mejorar: empecemos entonces a limpiar nuestro lenguaje para que no se nos cuele la homofobia ni por la puerta principal ni por las rendijas más pequeñas.